Con un emplazamiento espectacular entre siete colinas de origen volcánico a orillas de la ría del Forth, justo antes de su desembocadura en el mar del Norte, y un sinfín de festivales, la capital de Escocia se ha convertido en uno de los lugares más atractivos y populares de Europa, pues recibe más de tres millones de visitantes cada año, una cifra que multiplica por seis su actual población.

Su patrimonio arquitectónico resulta apabullante, con cerca de cinco mil edificios protegidos, casi todos ellos construidos en piedra. La mayoría corresponden a los siglos XVIII y XIX, lo que la convierte en una de las grandes ciudades de estilo neoclásico del planeta, aunque también permanecen prácticamente intactos sus barrios más antiguos, construidos entre los siglos XVI y XVII.

Edimburgo es una de esas ciudades que enamora a primera vista y que, gracias a su configuración escenográfica a escala humana, se puede explorar con facilidad, utilizando tanto el transporte público como a pie. Hay docenas de museos, incluido alguno de los más importantes del continente; sus calles comerciales son legendarias —ahí está como ejemplo Princess Street— y cuenta con una vida nocturna centrada en cientos de pubs, muchos de ellos con música en directo, insólita en estas latitudes.