Fuerte personalidad, espíritu jovial y alegre son características del cerca del millón y medio de habitantes que viven en la ciudad y su área metropolitana; aprecio por la buena mesa, atracción por el diseño industrial y gráfico son otros de los rasgos de Copenhague, la capital de Dinamarca. Un país con una de las monarquías más antiguas del mundo y en el que la democracia alcanza una de sus máximas expresiones sociales y nacionales.
En Copenhague, ciudad llana y al borde del mar, atravesada por canales, abundan los iconos arquitectónicos y navales, las bicicletas en las que se desplazan muchos de sus habitantes, el empedrado de sus calles, las tiendas de objetos de diseño escandinavo, la cerveza de calidad y un buen número de delicias gastronómicas de alimentos extraídos del mar, sin descuidar las carnes, embutidos y quesos. En la población local está arraigado un fuerte sentido social y hay una de las mayores tasas de igualdad de oportunidades laborales y profesionales sin distinción de sexo. Su tradicional contexto de tolerancia hizo posible que Dinamarca fuera, en 1989, el primer Estado del mundo que legalizó el matrimonio entre personas homosexuales.